Como si fuera guionista de una serie de Netflix, divido mi vida en temporadas. No tengo un criterio concreto en cómo las divido. Hay temporadas que duran dos semanas y otras se extienden durante meses. Los inicios y finales los marcan sucesos que me vayan pasando, a mi o a mis amigas, como que alguien salga o entre a mi vida, un cambio en el trabajo, algún evento especial, o el paso de las estaciones. Pero de nuevo, sin pauta alguna.
Todo comenzó cuando me mudé a esta ciudad; los acontecimientos diarios se sucedían de manera tan intensa que la única forma de darles seguimiento era organizando temporadas. Más o menos cada mes, dedicábamos un rato a enumerar los sucesos que habían catapultado los inicios, y nos recordamos constantemente la temporada en la que vivíamos. Por supuesto, después de dos años de infinitos cambios de escena, entradas y salidas de personajes, cameos, y presupuesto emocional cambiante, hemos perdido completamente la cuenta de dónde estamos. Pero durante ese primer año que lo hicimos, me reconfortaba que todo estuviera organizado en su correspondiente carpeta y que en cualquier momento pudiéramos volver a ella y vivirla de nuevo. Desde entonces, la cámara no ha dejado de rodar, y después de muchos cambios en el reparto, me encuentro en el fin de una temporada (puede que vayamos ya por la duodécima).
Echando la vista atrás, mi tendencia ha sido la de marcar las temporadas con los inicios. Sin embargo, estos días inevitablemente pienso en los finales (que no son más que un inicio enmascarado) pero la sensación que tengo es de que algo ha llegado a su fin y arranca una nueva época.
A veces algo se acaba y en ese momento sientes como si el guionista de tu vida hubiera puesto punto y final a un capítulo, descorchado una botella de vino y metido otra hoja en blanco en la máquina de escribir, así, sin previo aviso, forzándote a pasar a otra temporada. En ocasiones, las escenas se acaban antes de que griten "¡corten!", y de igual forma, otras muchas empiezan sin haberte enterado siquiera y ves que la cámara llevaba grabando durante horas. Otras veces, sales de escena mucho después de que se hayan apagado las luces; y finalmente están los momentos cuando eres tú quien se da cuenta de que "hasta aquí hemos llegado" y alguien tiene que terminar con tu personaje sin que se note mucho que te has ido.
¿Qué necesitamos exactamente para cerrar un capítulo? ¿Una carta, una última conversación, una fiesta de despedida? Siendo fiel a mi naturaleza de dramática, yo soy de momentos simbólicos, como eliminar una foto, un chat, un contacto o llorar por última vez. He escuchado que a la gente le funciona lanzar rocas por precipicios, quemar cartas a lo 'Tengo Ganas de Ti' o tirar, literalmente, todo por la borda. Los rituales son distintos para cada uno, pero al final todos buscamos despejar un poco el set del rodaje. Somos actores sin guión y sin haber ensayado, y a mi en general, (y creo que ya podéis intuir) no me suelen gustar los finales abiertos, ni en cine ni en libros y mucho menos en la vida. De hecho, siempre que termino una película con un final así, acto seguido voy a Internet a buscar su significado o a buscar una entrevista con el director en la que explique lo que quería transmitir con ello. Pero la vida rara vez te da un final con respuesta.
El otro día leí que desde hace unas semanas cada día tiene un minuto más de luz. Respiro aire de cambios, de finales enmascarados de inicios. Ojalá nuestros personajes favoritos renovaran siempre una nueva temporada, pero no es así. Los actores cambian (como suelo decir, cogen sus maletas y se van), las despedidas se entrelazan con nuevos bienvenidas, tu personaje puede sufrir un cambio de última hora y quizás te veas interpretando un papel en el que no te hubieras visto en la vida y hay que estar preparado para todo. Pues como decía, todo final no es más que un inicio enmascarado lleno de capítulos para hacer una maratón.
Me inspira:
Mi cena en Vips con B.M. del lunes
Noche Polar de Vangoura
Hasta las próximas Tónicas,
Terrific P.
My favourite so far 🧡
loveit