El tiempo de los recuerdos
Uno de mis recuerdos más antiguos es el día en que mis padres anunciaron que íbamos a tener un nuevo hermano. Por aquel entonces, solo estábamos mi hermana N. y yo. Yo debía tener unos seis años, y aún recuerdo con claridad cuando se asomaron por la cocina a anunciar la llegada de este nuevo integrante. A partir de ese momento, parece que todos mis recuerdos giran en torno a ese acontecimiento: cuando les conté a mis profesores que iba a tener un hermano, las advertencias de mi madre a N. y a mí, diciéndonos que si no nos terminábamos los espaguetis ahora, nuestro futuro hermano se los comería cuando naciera, y, finalmente, el día en que mi abuelo A. nos recogió del colegio para llevarnos a conocerlo.
Hace poco encontramos una cámara de vídeo de mi padre que contiene exactamente 80 minutos de grabaciones, pequeñas cápsulas de nuestra infancia. N., que siempre ha sido mucho más listo que todos nosotros, consiguió encenderla y conectarla a la televisión el otro día y como si fuera una sesión de cine, nos sentamos todos a verlos. Hay un periodo en el que mi padre fue bastante constante con la cámara y nos regaló pequeñas cápsulas de tiempo: nuestros veranos en Menorca, siempre comiendo y merendando en las mismas bandejas y rodeados de los mismos vecinos; paseos por El Retiro, con los mismos abrigos que aún siguen guardados en algún armario; comidas en casa de mis abuelos, con los mismos sofás, las mismas costumbres, todo igual. Más adelante, los vídeos se limitan únicamente al día de Reyes, y así, año tras año, revivimos cinco Navidades seguidas viendo a mi madre embarazada de N., a N. gateando por el salón, a N. abriendo emocionado una caja de coches… Y siempre, cada grabación comenzaba con mi padre diciendo: “Estos son los Reyes del dos mil…”. Hay un año en el que mi padre está muy agobiado por no haber grabado a N. en su primer año de vida, como si le estuviera condenando a ser un hombre sin recuerdos, y no para de repetir lo culpable que se siente.
Ha sido muy bonito volver a vernos haciendo lo de siempre y asomarnos a un pasado que ya habíamos olvidado. Me ha encantado reencontrarme con esa versión de mí que no existe y recuperar ese vacío en mi memoria de los primeros años que no recuerdo. Hay vídeos que he grabado con el móvil y que ahora me pongo en bucle, una y otra vez, obsesionada con la idea de que, si los veo suficientes veces, quizá consiga descubrir cómo se construyeron los cimientos de mi personalidad y cómo han influido las dinámicas familiares de entonces en lo que soy hoy. Nada intenso, claro. Me ha generado tanta curiosidad que he llegado a plantearme enviárselos a mi psicóloga, por si al fin consigo darle las pruebas definitivas para mi diagnóstico.
De este viaje al pasado, he sacado algunas conclusiones. La primera: nunca hay que dejar de inmortalizar momentos, pero hacerlo con criterio. Tener mil vídeos no sirve de nada. Mi padre, en solo 80 minutos, logró capturar la esencia de nuestra infancia sin necesidad de acumular cientos de grabaciones. Hoy hacemos tantas fotos y vídeos que hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante lo extraordinario que es capturar el tiempo. Estamos continuamente creando álbumes y colecciones de recuerdos, pero quizá deberíamos ser más conscientes de lo que significa guardar esas pequeñas cápsulas de tiempo.
Lo segundo, las infancias marcadas por tradiciones que se repiten año tras año tienen la capacidad de crear algo profundo, como dice el padre de mi amiga M., y si algún día tengo la suerte de formar una familia, no querría más que construir algo similar. La cotidianidad y los actos sencillos son un tesoro, mucho más valioso de lo que solemos pensar. Es cierto que tendemos a dar más importancia a los grandes viajes o eventos, pero son esos momentos simples, casi invisibles, los que hacen que la vida sea tan bonita y especial. Vernos, año tras año, cruzar la puerta de casa de mis abuelos junto a mis primos y correr hacia los regalos, y comprobar cómo, incluso hoy, cuando ya no queda ningún primo menor de edad, seguimos comiendo nuggets de filete empanado y mini pizzas mientras corremos hacia los regalos con la misma ilusión de siempre… Es todo a lo que aspiro en la vida.
Hasta las próximas Tónicas,
Terrific P
Bueniiiiiiiisimo P